Me encanta, en momentos diversos, regresar a ciertas lecturas que desde hace un par de años me van moldeando una cierta manera de ver las cosas dentro de este país, nada nuevo, realmente. No tiene mucho que ver con los aspectos sociales, políticos y económicos de éste con uno, sino de uno con todo lo demás. No son nociones que hayan quedado perdidas en algún nivel del oscurantismo contemporáneo, simplemente son cosas que en el plano individual, tienden a estacionarse fuera de nuestro alcance, aventándonos a un presente incierto -reitero, hablando desde un punto de vista personal. Es fácil perderse, sobre todo en la era del social media, del selfie, del si no le tomo foto a mi comida la gente no creerá que como y así; de lo que uno es o uno quiere ser, o mejor dicho, encontrar que nuestros objetivos se ofuscan ante el remolino de este exceso de presente. Por ello, regresar a los puntos estáticos del caos es reconfortante, edificativo, casi epifánico; es decir, podemos escuchar mil veces y mil veces más el White Album, y volveremos a encontrar el aliento de asombro y maravilla como la primera vez, así como podemos caer en un eterno discernimiento sobre el significado de su poética y su sonido, de sus personajes y situaciones, a pesar de que ya todos -debería entrecomillar ese todos- lo han hecho. O quizá el hecho de encontrarnos a nosotros mismos dentro de una película que podemos monologar para fastidio de todos. Sobre todo me refiero al confort de abrir un libro, un texto, que teníamos centurias sin leer y encontrar que, entre las palabras que violan las páginas, estamos nosotros como éramos y que a pesar del tiempo, seguimos siendo quienes éramos. Durante esos segundos en los cuales leemos aquello que nos rascó la conciencia en un principio, encontramos que bajo todas las costras de experiencia y suciedad, está la idea de nosotros como realmente debemos ser. Esta explosión de sentimentalismo y reflexión fue lo que sucedió el segundo en que decidí re-abrir un libro de Parménides García Saldaña, entre cuyas palabras de irónica sabiduría (cínica sabiduría, honesta sabiduría), destaco un pequeño párrafo, nada más por referenciar uno de mis libros favoritos. Y quizá nada tenga que ver con nada, sin embargo, aquí está.
"Cuando Los Panchos cantan los últimos versos de 'Rayito de luna', una voz con acento cubano grita: ¡Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaammmmmmmm mmmbooooooooooo! Carlitos Fuentes está atento a la vida de La Región Más Transparente Del Smog. Nuestra literatura aún se debate entre lo mexicano (Rulfo) y lo extraño (Arreola), entre lo oscuro y lo blanco; en los extremos. Aún sentimos que es de la chingada ser mexicano. Aún no nos atrevemos a decir (todos somos Ixca Cienfuegos tratando de aceptar la realidad mexicana con Gladys García): Aquí nos tocó, ni modo, qué le vamos a hacer: En La Región Más Transparente. Aún nos confunde ser mexicanos."
- En la ruta de la onda (Diógenes, 1974), p. 134.
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