lunes, 5 de enero de 2015

Recuerdos y memoria según Stefan Zweig (extracto)

He aquí que la lectora surge de un mundo completamente diferente al del autor y termina por comprender perfectamente la exasperación de quien narra el hecho. El cuento en general es desgarrador, poético, hermoso y mejor haría en comentarlo, sin embargo, me limito a transcribir tan sólo este extracto que se presenta en el inicio: me vi reflejada en la ironía. 

I was annoyed with myself, as you always are when a failure of some kind makes you aware of the inadequacy and imperfection of your intellectual powers. But I did not give up hope of retrieving the memory after all. I knew I just had to lay hands on some tiny hook, for my memory is an odd one, good and bad at the same time: on the one hand defiant and stubborn, on the other incredibly faithful. It often swallows up what is most important, both incidents and faces, what I read and what I experience, engulfing it entirely in darkness, and will not give anything back from that underworld merely at the call of my will, only under duress. However, I need just some small thing to jog my memory, a picture postcard, a few lines of handwriting on an envelope, a sheet of newsprint faded by smoke, and at once what is forgotten will rise again like a fish on the line from the darkly streaming surface, as large as life. Then I remember every detail about someone, his mouth and the gap between the teeth in it on the left that shows when he laughs, the brittle sound of that laughter, how it makes his moustache twitch, and how another and new face emerges from that laughter –I see all that at once in detail, and I remember over the years every word the man ever said to me. But to see and feel the past so graphically I need some stimulus provided by my senses, a tiny aid from the world of reality. So I closed my eyes to allow me to think harder, to visualize and seize that mysterious hook at the end of the fishing line. Nothing, however, still nothing! All lost and forgotten. And I felt so embittered by the stubborn apparatus of memory between my temples that I could have struck myself on the forehead with my fists, as you might shake a malfunctioning automatic device that is unjustly refusing to do as you ask. No, I couldn’t sit calmly here any longer, I was so upset by the failure of my memory, and in my annoyance I stood up to get some air.

Stefan Zweig, “Mendel the Bibliophile”, The Collected Stories of Stefan Zweig (Pushkin Press), pp. 592, 593.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

'New Year's Eve' a la Bangs


Más adelante, cuando mi hijo sea adolescente, quizá le cuente la anécdota de cómo el Psychotic Reactions and Caruretor Dung (Anchor Books, 2003) por Lester Bangs, marcó una época muy extraña en mi proceso evolutivo conocido como la adultez. A meras horas de que se extinga el tiempo e inicie de nuevo, busco por el índice un título con alusión al nuevo año y he aquí lo que encuentro tras ubicar en su denotada página, el texto desarrollado bajo el nombre de “New Year’s Eve” (un extracto):

Another time when I complained I was getting weirded out around other people because I never saw ‘em because all I did was lay in bed with the covers over my head because I truly believed as the mighty Ramones quoth that there was “nothin’ to do and nowhere to go” so I just wanted to be sedated, my shrink suggested I call up all my friends in all their separate Little cells and see if we couldn’t figure out some way to repatriate ourselves in the human race and enjoy it. So I conducted this plebiscite, and when I came back he said: “So what’s the consensus?” I said, “The consensus is, ‘Whaddaya wanna be around people for? Most of ‘e suck anyway!’ ”
            […] Ting out the old, ring in the old! And older and older. I ask you, have you ever had a New Year’s Eve you enjoyed? Of course not! Why? Because you’ve persisted in this insane delusion that somehow things are supposed to keep getting better, or that the cyclical nature of the ying-yang means that the earth is supposed to replenish itself or some such horseshit! Horseshit doesn’t even replenish itself. Do these sidewalks? This peeling paint, crumbling plaster, backed-up plumbing? A replenishable landlord? Fuck no!
            There are two directions in which extants can go: (a) stasis or (b) decay. And New Year’s Eve is the biggest bummer yet, because e all go out with these expectations and get totally soused just so we can stand to be around each other because we’ve spent the late fall and winter’s first blush sinking deeper into TV Guide, and now we’re expected to positively revel in proximity to these globs of hideous humanity. So OF COURSE horrible scenes ensue.

Admito que leer y disfrutar a Bangs surge de un lugar que busca un cinismo fervoroso, divertido, pues refleja lo opuesto a uno, a pesar de los dejos de honestidad que evocan ciertos paralelismos con la vida real. Quizá haríamos bien con un poco de ello, o mejor dicho, mejor nos iría con algo de eso esparcido por aquí y allá, aunque son sólo ilusiones. Todos quisiéramos ser Hans Solo. Mientras eso pasa, continuo mi “celebración” temporal de los números, esa que se traga con las últimas gotas de café frío y la remembranza de los últimos pedazos de empanada rellena de crema bavaria, a la par que Surrealistic Pillow transcurre por entre los minutos escurridizos. Agradezco de antemano a Lester por la sugerencia musical, ya que mi mente permanecía en blanco cada vez que le pedía algo para romper el silencio.

Para los optimistas: ¡feliz año!
Para los pesimistas: ¡que se joda el año!
Para los nihilistas: ….


Para mí, una segunda ronda de Jefferson Airplane y más Bangs para sobrellevar la noche.

Surrealistic Pillow (1967)
Jefferson Airplane

jueves, 18 de diciembre de 2014

Sin palabras

Ya no hay palabras, sólo música. Eso es lo que importa. Ahogarse en folk.


"Duncan and Brady" (Folkway Years 1959-61)
Dave Van Ronk

lunes, 27 de octubre de 2014

Casas en cumbres de borrasca con Crosby, Stills Nash & Young (y un poco de Bush)

El libro ha permanecido cómodamente ensandwichado entre otros títulos igual de clásicos. Wuthering Heights o Cumbres Borrascosas (prefiero el título en inglés) me ha juzgado por años desde las sombras del librero, hasta que no pude más con la pena y decidí tomarlo entre mis manos: abrirlo, olerlo, sentirlo y sumergirme de lleno en el pasional romanticismo gótico -según wikipedia- de la novela inglesa. Más que nada, confieso que mucha de la culpa la tuvo Kate Bush a quien he escuchado con cierta afinidad últimamente. Por otro lado, una reciente visita a Manderlay me recordó del etéreo poder que ciertos lugares tienen para afectar la psicología de los personajes y del lector. 

     Esta excitada e impromptu visita al blog, fue inspirada por un pequeño párrafo en la segunda página de la afamada novela, el cuál se lee como viene:

"Cumbres Borrascosas es el nombre del domicilio del señor Heathcliff, nombre que expresa perfectamente el tumulto atmosférico a que está expuesto el lugar en tiempo tempestuoso, pero en todo tiempo debe de haber en él aire puro y saludable. La fuerza con que el viento norte sopla por el lomo de los cerros se advierte en la excesiva inclinación de algunos pinos achaparrados, al extremo de la casa, y en una hilera de flacos espinos, todos los cuales extienden sus ramas del mismo lado, como implorando una limosna de sol. Por fortuna, el arquitecto tuvo la previsión de construir sólidamente; las ventanas, estrechas, se hallan hundidas a conciencia en el espesor del muro, y los ángulos están defendidos por grandes salientes de piedra [...] De un solo paso nos hallamos en el salón, sin que antecediese pasillo o vestíbulo alguno. Este salón se llama aquí, por excelencia, 'la casa', y sirve, por lo general, a la vez, de cocina y de habitación donde se recibe; pero sospecho que, en Cumbres Borrascosas, la cocina había sido relegada a otro sitio, porque oí al fondo sonidos de voces, acompañados del tintineo de utensilios culinarios; además, no vi en la gran chimenea instrumento alguno para asar o para cocer el pan, ni recipiente para hervir, ni el brillo de las cacerolas de cobre o coladores de lata, colgando de las paredes. Bien es verdad que a un extremo de la habitación fulguraba la luz, con esplendentes reflejos, en inmensos platos de peltre, entremezclados con jarros y casos de plata, colocados en filas, unas sobre otras, que ascendían hasta el techo en un enorme aparador de roble. Llamaba la atención el aparador, y un ojo curioso podía detallar su anatomía completa, excepto donde la ocultaba un bastidor de madera cargado con tortas de avena; y de un racimo de jamones, piernas de buey de carnero. Encima de la chimenea había colgadas unas viejas escopetas enmohecidas, y un par de pistolas de arzón; y, a guisa de adorno, sobre la leja, tres botes de té pintados con colores vistosos. El suelo era de piedra blanca, liso; las sillas, antiguas, de altos respaldos, pintadas de verde: una o dos, más macizas y negras, se adivinaban en la sombra. Cobijada en un arco que formaba el pie del aparador, descansaba una gran perra de la raza llamada de muestra, de color amarillento, rodeada de un enjambre de cachorros chillones; otros perros se habían acomodado allí donde había más rincones o huecos."

Cumbres borrascosas, Emily Brontë. RBA Editores, S. A., Barcelona, 1995, pp. 4,5.

***

"Our House" (Déjà Vu, 1970)
Crosby, Stills, Nash & Young




lunes, 13 de octubre de 2014

Desayuno con José Agustín y nuestra música clásica

El café se terminó mucho antes de que se enfriaran los huevos, por lo que mi pesadumbre no creció tanto, y es que en esos momentos me perdí entre los “Hello darkness my old friend” y los “I’ll guess we just have to adjust”, oscilando de atrás para adelante en el tiempo, admirando la fuerza de la música, haciendo listas y catalogando discos; inspirada un poco en lo que hizo Bloom con los títulos literarios que él jerarquizó en su canon, se anotan una a una en mi cabeza títulos discográficos desde Simon and Garfunkel y (obviamente) los Beatles, hasta Arcade Fire y St. Vincent, pasando por todo lo que hay en medio como Electric Light Orchestra, Miles Davis, Talking Heads, Joy Division, Antony & The Johnsons, White Stripes, etc. Entonces bulle la emoción del por qué y el cómo de las canciones y sus creadores, y quiero comenzar a justificarlas, hasta que me acuerdo que a pocos les ha interesado el proceso; inevitablemente, siempre que esto sucede, termino leyendo La nueva música clásica de José Agustín. Por supuesto hay 66 años entre aquel ensayo y el presente, en donde miles de canciones y discos han marchado frente a nosotros, e indiscutiblemente podría nombrar a varias de estas obras como clásicas y canónicas, dentro de ese mismo concepto que Agustín desarrolla, aunque caprichosamente, a lo largo de su ensayo. Vaya, es el concepto de Bloom muy sui generis, como todo en esta vida, porque mucho de lo que he llegado a escuchar, lo tomo como la representación sintética de la gran belleza cósmica, aunque para muchos otros es la mera representación de basura auditiva. Sin duda, el ensayo es muy importante para mí; no sólo me ha enseñado un mundo de melodías, sino que también hay otros allá afuera como nosotros, que tenemos esta necesidad escuchar música, sentirla, analizarla, debatirla, compartirla, hablar sobre ella, erigirle monumentos y altares, etc., y no sólo consumirla por el bien del consumo. En fin. Sé que quienes hayan leído el ensayo de don José, es porque son como yo. Somos el “I am he as you are he as you are me and we are all together” de esta situación.

He aquí, un pequeño extracto en donde desarrolla una línea del tiempo en la historia de la música.


Flashback w|apologies to old Rabelais

en un principio fueron Leadbelly y Woody Guthrie y Muddy Waters y Billie Holiday y Bessie Smith y Ellington y Gillespie y Monk y Modern Jazz Quartet quienes empezaban a emparentarse con Ravel y Stravinsky y Sibelius y Varèse y así vino Ray Charles y llegó Elvis Presley al lado de Chuck Berry y Fats Domino y Little Richard y engendró a Gene Vincent y a Buddy Holy y vio surgir a Jackie Wilson y a James Brown y a Otis Redding y luego a las Supremes y a los Beach Boys cuando ya existía Bob Dylan quien trascendió a Joan Báez y a Peter Paul and Mary y a Peter Seeger y engendró a Donovan y a Tim Buckley y a Judy Collins y hasta a Leonard Cohen e influyó y fue infuido por los Beatles y los Rolling Stones quienes engendraron a los Kinks y a los Yarbirds y a los Byrds y a los Lovin’ Spoonful amigos de Mamas and the Papas precursores de Greatful Dead y Jefferson Airplane y Butterfield Blues Band que con Blues Project y Big Brother and the Holding Company volvieron a los Stones y Muddy Waters mientras Frank Zappa y sus Mothers of Invention estudiaban a Varèse y con Beatles y Stones se interesaban por Stockhausen y Boulez después de pasar por Bach Vivaldi & Mozart mientras los Doors improvisaban asimilando el jazz y Vanilla Fudge y H. P. Lovecraft conocían a los clásicos y no recurrían a efectos de estudio y Velvet Underground unía a Dylan con Sade y Jimi Hendrix Experience mezclaba a Georgia con Liverpool cuando los Who y Procol Harum y Cream y Pink Floyd experimentaban y dignificaban a Inglaterra y para entonces todas las corrientes podían ser una sola y todos se amaban y no competían y se ayudaban gracias a Maharishi Mahesh y Ravi Shankar y ácido y Che Guevara y Fidel Castro y así hablaban de este mundo y de otros mundos y Fever Tree y Love y Fugs y Blood Sweat and Tears y Electric Flag y Blue Cheer y Janis Ian y Simon and Garfunkel y Steppenwolf y Iron Butterfly y Clear Light y Free Spirits y hasta los Monkees recibían y empezaban a dar lo que ningún otro arte había dado en tan poco tiempo y que al fin se recogió en México donde Angélica María y los Dug Dugs y Javier Bátiz y sus Finks y Mayita y Tijuana Five aprovechaban las experiencias para ofrecer otras y seguir adelante.

La nueva música clásica, José Agustín. En Cuadernos de la juventud, Ed. Imprenta Casas, México, 1968. pp. 11, 12, 13.
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"Oberlippentanz fur Solo Trompet"
Samstag aus Licht, 1983
Karlheinz Stockhausen

lunes, 8 de septiembre de 2014

Momentos de nada: re-leyendo a Parménides y sintiendo reflexiones

Me encanta, en momentos diversos, regresar a ciertas lecturas que desde hace un par de años me van moldeando una cierta manera de ver las cosas dentro de este país, nada nuevo, realmente. No tiene mucho que ver con los aspectos sociales, políticos y económicos de éste con uno, sino de uno con todo lo demás. No son nociones que hayan quedado perdidas en algún nivel del oscurantismo contemporáneo, simplemente son cosas que en el plano individual, tienden a estacionarse fuera de nuestro alcance, aventándonos a un presente incierto -reitero, hablando desde un punto de vista personal. Es fácil perderse, sobre todo en la era del social media, del selfie, del si no le tomo foto a mi comida la gente no creerá que como y así; de lo que uno es o uno quiere ser, o mejor dicho, encontrar que nuestros objetivos se ofuscan ante el remolino de este exceso de presente. Por ello, regresar a los puntos estáticos del caos es reconfortante, edificativo, casi epifánico; es decir, podemos escuchar mil veces y mil veces más el White Album, y volveremos a encontrar el aliento de asombro y maravilla como la primera vez, así como podemos caer en un eterno discernimiento sobre el significado de su poética y su sonido, de sus personajes y situaciones, a pesar de que ya todos -debería entrecomillar ese todos- lo han hecho. O quizá el hecho de encontrarnos a nosotros mismos dentro de una película que podemos monologar para fastidio de todos. Sobre todo me refiero al confort de abrir un libro, un texto, que teníamos centurias sin leer y encontrar que, entre las palabras que violan las páginas, estamos nosotros como éramos y que a pesar del tiempo, seguimos siendo quienes éramos. Durante esos segundos en los cuales leemos aquello que nos rascó la conciencia en un principio, encontramos que bajo todas las costras de experiencia y suciedad, está la idea de nosotros como realmente debemos ser. Esta explosión de sentimentalismo y reflexión fue lo que sucedió el segundo en que decidí re-abrir un libro de Parménides García Saldaña, entre cuyas palabras de irónica sabiduría (cínica sabiduría, honesta sabiduría), destaco un pequeño párrafo, nada más por referenciar uno de mis libros favoritos. Y quizá nada tenga que ver con nada, sin embargo, aquí está.

"Cuando Los Panchos cantan los últimos versos de 'Rayito de luna', una voz con acento cubano grita: ¡Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaammmmmmmmmmmbooooooooooo! Carlitos Fuentes está atento a la vida de La Región Más Transparente Del Smog. Nuestra literatura aún se debate entre lo mexicano (Rulfo) y lo extraño (Arreola), entre lo oscuro y lo blanco; en los extremos. Aún sentimos que es de la chingada ser mexicano. Aún no nos atrevemos a decir (todos somos Ixca Cienfuegos tratando de aceptar la realidad mexicana con Gladys García): Aquí nos tocó, ni modo, qué le vamos a hacer: En La Región Más Transparente. Aún nos confunde ser mexicanos." 

- En la ruta de la onda (Diógenes, 1974), p. 134.

domingo, 10 de agosto de 2014

Sólo extractos: David Byrne y La iglesia del fútbol.

Llevo leyendo desde hace unos días, el especie de anecdotario de David Byrne titulado Diarios de bicicleta. El libro presenta una recopilación de escritos que Byrne ha hecho a lo largo de los años, a través de sus viajes, con la excusa de promover el uso de la bicicleta como medio de transporte en un nivel masivo, aunque realmente, esto tan sólo le proporciona un motivo para dar entrada a sus recuerdos y experiencias. Las hay de todo: unas muy conmovedoras, otras chistosas, otras poéticas, políticas, sociales etc. Termina por ser una lectura que, como a la Rayuela, uno puede dar lectura por cualquier lado, y no pasa nada, pues no es precisamente una crónica o una historia que mantenga alguna línea narrativa. Por ejemplo, yo comencé a leer el capítulo titulado "Buenos Aires", ya hacia la mitad del libro: su deambular por la ciudad argentina le da ocasión de hablar sobre diversos temas; desde el culto a la muerte que a veces (o muchas veces) difiere al del resto del mundo, o cómo ciertos géneros musicales exponen el contexto social de países como México, o Brasil, o Argentina. Habla sobre cómo el equivalente al folk americano, en Latinoamérica, cobra una mayor relevancia en su difusión que cualquier cosa que se haya hecho en Estados Unidos o Inglatera; presume sus cenas con Mercedes Sosa o Charly García y ahonda en el cómo y por qué surgen, o no surgen, las escenas musicales o artísticas de una comunidad.  Realmente hay un mundo de situaciones y anécdotas que muero por comentar con cualquiera que se deje, mientras eso sucede, hago transcripción de una pequeña parte que me hizo gracia y al final de la cual, inevitablemente me vi gritándole al libro con un "¡pues claro!" En fin. Aquí va. 

'La iglesia del fútbol'

Al día siguiente, en la televisión, los jugadores mexicanos y argentinos entran en el campo para jugar el partido que decidirá quién pasa a los cuartos de final del Mundial de fútbol. La ciudad entera se ha parado por el partido.  Todo está paralizado. Estoy haciendo la prueba de sonido en un club, donde voy a tocar en un concierto de La Portuaria. Todos los técnicos de la banda y del club han cesado en sus tareas y se han congregado  en torno al televisor. Ya se han cantado los himnos nacionales y los jugadores saltan al terreno de juego. Las calles fuera del club están prácticamente desiertas, apenas hay tráfico en las enormes avenidas. Todas las tiendas y restaurantes están cerrados, excepto unos pocos en los que la gente se apiña frente a aparatos de televisión.
     Después de la prueba de sonido, Diego, el vocalista, y yo nos acercamos a un puesto de comida para tomar un almuerzo tardío. El café está atendido exclusivamente por mujeres, lo cual explica por qué permanece abierto (los hombres están todos pegados al televisor). Aunque no es el centro de atención, sobre la barra del bar hay una pequeña tele, casi simbólica, que compite con un CD de música techno. Diego me cuenta que durante la época de la dictadura él iba a la preparatoria. La Copa del Mundo de 1978 se celebró aquí, y dice que algunos afirman que fue usada como cortina de humo para hacer desaparecer a mucha gente. El gobierno apoyó decididamente el evento deportivo y lo usó como artimaña para deshacerse de mucha gente cuando casi nadie prestaba atención. Es fácil entender lo sencillo que esto resultaría en un día como hoy. Éste sería el momento propicio para la invasión. 
     Aunque muchos intuían lo que estaba pasando, la mayoría de la gente, entonces e incluso hoy, se negaba a creer que todo aquello estuviera sucediendo realmente, y muchos de ellos afirmaban que no sabían ni habían visto nada. En sus días de preparatoria, Diego fue un día a visitar a unos amigos, pero nadie le abrió la puerta. Enseguida quedó claro que la casa estaba vacía, y que así iba a seguir. Más tarde, su padre le dijo que seguramente se los habían llevado. Reinaba una sensación general de paranoia, y Diego dice que para un chico de su edad ese temor se manifestaba de la misma forma que otras preocupaciones de  cualquier estudiante de la época: que te podías meter en problemas por llevar el pelo demasiado largo o que te podían arrestar si te cachaban fumando un toque. El Estado podía considerar esas afectaciones típicas de la juventud en la onda como una señal de que simpatizabas con el enemigo. Así que, aunque tales temores pudieran ser los mismos que los de cualquier estudiante de preparatoria en otro país, las repercusiones de ser detenido aquí por se un hippie greñudo eran mucho más siniestras. La gente iba con mucho cuidado, y las conversaciones sobre política se llevaban a cabo en murmullos. De noche se oían disparos en la calle: era el sonido de la policía o del ejército (por lo general eran la misma cosa) llevando a cabo su infame tarea.

Diarios de bicicleta, David Byrne 
Editorial Sexto Piso, 2011
pp.145-146.