Pensé que sería muy buena idea, dado las
condiciones climatológicas del momento, disfrutar de una deliciosa taza de café
incluso aún siendo pasadas las 11:30 de la noche. Es este momento en el que
pondero, en medio del silencio
violentado con un etéreo y sublime Homogenic
en altos decibeles, si quizá esa idea inicial fue acaso una brillante idea. Sin
embargo, la inocua decisión del brebaje nocturno, seguida por dicha acción de
permanecer sentada ponderando ideas insustanciales, me ha dado para escribir
tonterías en un ciber-pedazo de hoja blanca.
No,
tonterías no. Me guardé las tonterías para los momentos de tedio que me esperen
a futuro. Mejor plasmar ideas interesantes, educativas, culturales y así
sucesivamente. A inicios del verano me propuse leer como nunca en mi vida lo
había hecho, para contrarrestar los molestos efectos de la fiebre fubolera
causada por la temporada del mundial. No entraré en detalles sobre lo molesto y
odioso que eso me parece, pues he hartado a medio mundo con mis protestas. Leí
lo que se me fuera poniendo enfrente, desde Chester Himes hasta Tennessee
Williams, pasando por Samuel Beckett, Aldous Huxley y Boris Vian –en quien sigo
por el momento-. Entre las múltiples visitas a las diferentes librerías de la
ciudad, sucedió un día que tropecé justo frente a la única copia de una de las
novelas que deseaba leer desde hace mucho: El
guardián entre el centeno de J.D. Salinger. Así es. Yo, Ana, 30 años de
edad, en la gran época de la revolución digital, literata de profesión, lectora
por afición, escritora wannabe, jamás
había leído esa novela que, desde su publicación hasta la fecha, se convirtió
en una de esas lecturas obligadas. La novela que empujó al mismo Salinger al
exhilió, que inspiró el asesinato de Lennon y fue tachado por inmoral,
irrespetuoso y meramente rebelde. Pero
he aquí que más vale tarde que tarada, por lo que di inicio y fin a la lectura
en un par de días.
Debo
confesar que la expectativa rebasó la realidad y mi lectura fue buena, pero
hasta ahí. Es verdad que hay cosas que deben ser leídas en cierto momento de
nuestras vidas; es decir, juzgué a Holden a partir de mi experiencia de vida y del
hecho que la adolescencia pasó hace ya varios años. Uno puede recordar y buscar
la empatía a partir del recuerdo, sin embargo, la vivencia de la lectura se
transforma y ya no llega a ser ese gran impacto de mil dagas traspasando el
corazón. Pero bueno, al menos podré decir, de ahora en adelante, que me he
leído El guardián entre el centeno,
que conocí al gran Holden Caulfield y que lo encontré profundamente desesperante.
No pude evitar hacer comparaciones con El
extranjero y Meursault, el protagonista de tendencias nihilistas creado por
Camus. Ambos personajes, Holden y Meursault, tienen una forma muy mordaz de ver
la vida. Hay una crítica dura y honesta en el discurso que profesan ambos
personajes, con la diferencia que ambos la emiten a partir de su entorno.
Holden es tan sólo un chavalo entre los 15-17 años, mientras que Meursault es
un adulto y ambos son motivados por la tragedia. Salinger y Camus, así mismo, mantienen un
relativo parangón al igual que sus personajes: ambos vivieron y fueron
afectados por la devastación de la II Guerra Mundial, lo cual inspiró gran
parte de esa acidez palpable por entre las líneas discursivas de sus protagonistas.
La novela de Salinger se convirtió en lectura prohibida para adolescentes
debido a su contenido de incitación a la rebeldía, mientras que Camus fue
apodado como “El Rebelde”. Vaya, incluso si comparan fotos de los autores, uno
es doppelganger del otro. Confieso que la novela de Camus causó el impacto en
mí que la de Salinger no, aunque eso será cuestión para discutir
unilateralmente en otra ocasión, por el momento me limito a seguir con este
guardián de la inocencia, es decir, Holden Caulfield.
A
pesar de haber fallado en encontrar ese gran impacto de la novela, es cierto
que se mantiene colgando de uno como eco incesante; de hecho, la reflexión
comienza a generarse mucho después de haber finalizado la lectura. Entonces, la
desesperación causada por el protagonista en uno como lector, se convierte
posteriormente en dejo de tristeza, ya que todo aquello que genera la apatía en
Holden, no es nada más que la verdad: ese efímero espacio de tiempo en que,
dentro del hombre queda aún humanidad, inocencia, asombro y alegría –si los
niños no crecieran y se mantuvieran niños siempre. La travesía de Holden, a lo
largo del libro, deriva en esto: una metafórica transformación de él mismo como
salvador, alguien que debe preservar la inocencia de esos niños al evitar que
caigan al precipicio de la vida. Es una utopía, bella y trágica, a final de
cuentas, la propuesta de Caulfield/ Salinger. Vaya, realmente no sé qué decir
sobre esta novela que no haya sido dicho ya. Esta vez no me dediqué a subrayar
frases o hacer anotaciones a lo largo de los márgenes del libro, sino que la
lectura se fue a un ritmo acelerado impuesto por el tal Caulfield y sus
desventuras; ir más allá e intentar cualquier tipo de análisis a partir de teorías
me sería imposible. Estoy segura que más adelante regresaré al Guardián y examinaré con mayor aplomo a
este pequeño héroe/antihéroe trágico de la literatura contemporánea.
Por
lo pronto, me despido con la esperanza de haber dicho algo provechoso e
inteligente, y no sólo palabras al aire,
originadas a partir de la ingesta de cafeína previa la media noche sumada al
ligero delirio causado por el shock del sueño que también se filtra en el
proceso mental. Concluyo con dos piezas musicales cuyo contenido visual y
lírico, acompañan perfectamente la imaginería causada por Salinger en uno de
los últimos capítulos, en el cual Caulfield le confiesa a su hermana, Phoebe,
esa analogía de como él es el guardián entre el centeno.
"Glósóli" (Takk, 2005)
Sigur Rós
"Wake Up" (Funeral, 2004)
Arcade Fire
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