sábado, 2 de agosto de 2014

Entre Salinger y Camus, y de cómo leí por primera vez El guardián entre el centeno...

Pensé que sería muy buena idea, dado las condiciones climatológicas del momento, disfrutar de una deliciosa taza de café incluso aún siendo pasadas las 11:30 de la noche. Es este momento en el que pondero,  en medio del silencio violentado con un etéreo y sublime Homogenic en altos decibeles, si quizá esa idea inicial fue acaso una brillante idea. Sin embargo, la inocua decisión del brebaje nocturno, seguida por dicha acción de permanecer sentada ponderando ideas insustanciales, me ha dado para escribir tonterías en un ciber-pedazo de hoja blanca.
            No, tonterías no. Me guardé las tonterías para los momentos de tedio que me esperen a futuro. Mejor plasmar ideas interesantes, educativas, culturales y así sucesivamente. A inicios del verano me propuse leer como nunca en mi vida lo había hecho, para contrarrestar los molestos efectos de la fiebre fubolera causada por la temporada del mundial. No entraré en detalles sobre lo molesto y odioso que eso me parece, pues he hartado a medio mundo con mis protestas. Leí lo que se me fuera poniendo enfrente, desde Chester Himes hasta Tennessee Williams, pasando por Samuel Beckett, Aldous Huxley y Boris Vian –en quien sigo por el momento-. Entre las múltiples visitas a las diferentes librerías de la ciudad, sucedió un día que tropecé justo frente a la única copia de una de las novelas que deseaba leer desde hace mucho: El guardián entre el centeno de J.D. Salinger. Así es. Yo, Ana, 30 años de edad, en la gran época de la revolución digital, literata de profesión, lectora por afición, escritora wannabe, jamás había leído esa novela que, desde su publicación hasta la fecha, se convirtió en una de esas lecturas obligadas. La novela que empujó al mismo Salinger al exhilió, que inspiró el asesinato de Lennon y fue tachado por inmoral, irrespetuoso y meramente rebelde.  Pero he aquí que más vale tarde que tarada, por lo que di inicio y fin a la lectura en un par de días.
            Debo confesar que la expectativa rebasó la realidad y mi lectura fue buena, pero hasta ahí. Es verdad que hay cosas que deben ser leídas en cierto momento de nuestras vidas; es decir, juzgué a Holden a partir de mi experiencia de vida y del hecho que la adolescencia pasó hace ya varios años. Uno puede recordar y buscar la empatía a partir del recuerdo, sin embargo, la vivencia de la lectura se transforma y ya no llega a ser ese gran impacto de mil dagas traspasando el corazón. Pero bueno, al menos podré decir, de ahora en adelante, que me he leído El guardián entre el centeno, que conocí al gran Holden Caulfield y que lo encontré profundamente desesperante. No pude evitar hacer comparaciones con El extranjero y Meursault, el protagonista de tendencias nihilistas creado por Camus. Ambos personajes, Holden y Meursault, tienen una forma muy mordaz de ver la vida. Hay una crítica dura y honesta en el discurso que profesan ambos personajes, con la diferencia que ambos la emiten a partir de su entorno. Holden es tan sólo un chavalo entre los 15-17 años, mientras que Meursault es un adulto y ambos son motivados por la tragedia.  Salinger y Camus, así mismo, mantienen un relativo parangón al igual que sus personajes: ambos vivieron y fueron afectados por la devastación de la II Guerra Mundial, lo cual inspiró gran parte de esa acidez palpable por entre las líneas discursivas de sus protagonistas. La novela de Salinger se convirtió en lectura prohibida para adolescentes debido a su contenido de incitación a la rebeldía, mientras que Camus fue apodado como “El Rebelde”. Vaya, incluso si comparan fotos de los autores, uno es doppelganger del otro. Confieso que la novela de Camus causó el impacto en mí que la de Salinger no, aunque eso será cuestión para discutir unilateralmente en otra ocasión, por el momento me limito a seguir con este guardián de la inocencia, es decir, Holden Caulfield.
            A pesar de haber fallado en encontrar ese gran impacto de la novela, es cierto que se mantiene colgando de uno como eco incesante; de hecho, la reflexión comienza a generarse mucho después de haber finalizado la lectura. Entonces, la desesperación causada por el protagonista en uno como lector, se convierte posteriormente en dejo de tristeza, ya que todo aquello que genera la apatía en Holden, no es nada más que la verdad: ese efímero espacio de tiempo en que, dentro del hombre queda aún humanidad, inocencia, asombro y alegría –si los niños no crecieran y se mantuvieran niños siempre. La travesía de Holden, a lo largo del libro, deriva en esto: una metafórica transformación de él mismo como salvador, alguien que debe preservar la inocencia de esos niños al evitar que caigan al precipicio de la vida. Es una utopía, bella y trágica, a final de cuentas, la propuesta de Caulfield/ Salinger. Vaya, realmente no sé qué decir sobre esta novela que no haya sido dicho ya. Esta vez no me dediqué a subrayar frases o hacer anotaciones a lo largo de los márgenes del libro, sino que la lectura se fue a un ritmo acelerado impuesto por el tal Caulfield y sus desventuras; ir más allá e intentar cualquier tipo de análisis a partir de teorías me sería imposible. Estoy segura que más adelante regresaré al Guardián y examinaré con mayor aplomo a este pequeño héroe/antihéroe trágico de la literatura contemporánea.

            Por lo pronto, me despido con la esperanza de haber dicho algo provechoso e inteligente,  y no sólo palabras al aire, originadas a partir de la ingesta de cafeína previa la media noche sumada al ligero delirio causado por el shock del sueño que también se filtra en el proceso mental. Concluyo con dos piezas musicales cuyo contenido visual y lírico, acompañan perfectamente la imaginería causada por Salinger en uno de los últimos capítulos, en el cual Caulfield le confiesa a su hermana, Phoebe, esa analogía de como él es el guardián entre el centeno. 

"Glósóli" (Takk, 2005)
Sigur Rós

"Wake Up" (Funeral, 2004)
Arcade Fire

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