jueves, 7 de agosto de 2014

St. Vincent por St. Vincent

En 1981, Lester Bangs escribió en un artículo titulado “Better Than The Beatles (and DNA too!)”*, para The Village Voice, una belleza de profecía, en el cual argumenta sobre el estado tan deteriorado del rock, cuya única esperanza para su resurgimiento, sería cuando las mujeres se posicionaran como líderes del movimiento. De acuerdo, me permití enormes libertades al parafrasear, mejor leerlo del propio Bangs; aquí el extracto de dicho texto:  “…the only hope for rock’n’roll, aside from everybody playing nothing but shrieking atonal noise through arbitor distorters is women. Balls are what ruined both rock and politics in the first place, and I demand the world be turned over to the female sex immediately […] The absolute best rock’n’roll anywhere today is being played by women.”  Patti Smith, Joan Jett, The Raincoats, Lydia Lunch, entre otras, son nombradas como ejemplo y sostén de dicha teoría. Estoy segura que de vivir en nuestros días, Lester añadiría y pondría a la cabeza de la lista a Annie Clark, a.k.a. St. Vincent.
            Annie lleva siendo parte de mi vida desde que debutó con Marry Me en el 2007 y momentos como aquellos en los cuales yo circulaba por las calles de mi ciudad, respirando el aire tostado con el cabello flotando fuera de las ventanas al son de “Paris Is Burning” o “Your Lips Are Red” quedarán por siempre injertadas, no sólo en mi memoria, sino en la eternidad de mi espíritu. Realmente no me importa rayar en lo ridículo. La amo, la adoro y no quiero decir más allá de eso, pues entonces esto pierde objetividad. Aunque criticas, reseñas y opiniones aparte, en un blog personal cualquier dejo de objetividad se manda al carajo, dicho lo cual, continuaré. En febrero de este año 2014, la señorita Clark presentó nuevo material discográfico, titulado St. Vincent. ¿Cómo describir la realidad que generan 11 piezas de un disco? No se requieren más de 5 segundos de “Rattlesnake”, canción que abre la obra, para saber el tono y la temática que desarrollará a lo largo de cuarenta minutos de belleza inorgánica. Es decir, este cuarto álbum explora las aguas profundas de la música electrónica, de los sonidos digitales, más allá de lo que en discos anteriores había intentado lograr. Sin embargo, sería ridículo comenzar a hablar sobre los desarrollos de la música digital, cuestiones técnicas y eso, porque entonces sonaría a uno de esos megalómanos críticos que escriben para Pitchfork.
            Sí, hay una paradoja en las propuestas saint-vincentianas, entre la lírica y los sonidos. Las canciones exploran temáticas esencialmente humanas, naturales, orgánicas que terminan siendo maculadas por sintes, algoritmos y lenguaje binario traducidos a sonidos electrónicos. La música inorgánica. Pero hay una belleza hacia este tipo de creación musical, muy distante de aquello que groseramente titulan “música electrónica”: el tipo que explotan en bocinas de quinceñeras, raves, la ocasional boda y los carros deportivos de juniors que corren por las calles de fraccionamientos llenos de niños. Mientras que eso ocurre en el mundo, yo defino la música electrónica a través de lo que artistas y verdaderos genios como Björk, Brian Eno, David Byrne, Stockhausen, Ligeti, entre otros, me han enseñado. Hasta la misma Joni Mitchel con su “Jungle Line” (The Hissing of Summer Lawns), muy adelantado a su época, si me lo preguntan. Annie Clark juega en esta realidad, algo así como la ciencia ficción en la literatura, que termina por explicar y comprender más el comportamiento humano y su destino que cualquier otro tipo de lectura romántica, realista… en fin. Y así como la exploración de la psiqué a través de robots y extraterrestres, futuros utópicos y post-apocalípticos es un never-a-dull-moment, la música de esta mujer se define justamente igual. Digo, “Birth In Reverse” expone el día común entre burlas como algo verdaderamente ridículo e inútil, infructífero y así sucesivamente: “Oh what an ordinary day / Take out the garbage mastúrbate / I’m still holding for the laugh […] This tune will haunt me through the war / Laugh all you want but I want more / Cause what I’m swearing I’ve never sworn before.” No es que haya encontrado el sentido de la vida, ni nada por el estilo; tampoco que haya expuesto secretos sobre locuras y psicosis de una manera totalmente nueva, sin embargo, es divertido cuando se mezclan todos estos elementos en ella y los filtra para nosotros, más aún cuando tiene un poder interpretativo y de expresión como muchos ya quisiéramos tener. Sin duda, yo muchas veces me duermo ante la fantasía de poder tocar musicalizar todo aquello que me mantiene volcándome sobre mí misma en la cama, al punto de sudar frío.  “Entombed in the shrine of zeros and ones, you know / with fatherless features, you motherless creatures, you know / In perpetual night, oh, it’s terribly frightening, you know / You got the pop and the hiss in the city of misfits, you know / Safe, safe and safest, faith for the faithless / Dim, dim and dimmer, sucker for sinners”, termina por arrullar cual canción de cuna con sus discretas construcciones a base de teremín y delicados tonos en el teclado, sumándole a esa voz tan suave y vulnerable; todo va bien, hasta que se vuelve loca, explotando en un fuzz de guitarra, acompañado con una combinación de cólera e ironía que emerge de esa voz que previamente nos la-la-leaba hacia los sueños.
Lo mejor de todo es que en cuanto termina “Huey Newton”, la pieza que describía previamente, “Digital Witness” le sigue el juego a toda esa extrañeza del dot.com. En esta hay una síntesis de lo que significa para nosotros el internet, más específicamente el facebook, twitter, instagram y todo aquello que parece ser un gran, enorme y eterno etcétera. No hay persona en el mundo, creo yo, que no aparezca de un modo u otro en las redes sociales. Básicamente no existes si no estás en ellas. Puedo escribir párrafos y párrafos y párrafos sobre el tema –proyectándome, obviamente-, pero mejor se lo dejo a una mujer que lo definió perfectamente en una canción. ¡Vaya, qué melodía tan seductora! Sí, igualito que en las redes sociales: “People turn the TV on, it looks just like a window, yeah. Digital witnesses, what’s the point of even sleeping? If I can’t show it, you can’t see me”. Es una idea tan fascinante como lo es terrible, pero aquí estamos, viviéndolo y haciéndolo realidad. Cuando no podemos platicar cara a cara y decirnos todas nuestras verdades, sí podemos confesarlo por facebook y esperar a que nos lluevan los ‘likes’. Nos definimos como personas a partir del alter ego que hemos creado para nosotros mismos en una realidad virtual. Pero, recalco, eso ya lo sabíamos, no necesitábamos que alguien viniera y nos lo cantara. “This is no time for confessing.” Aunque se escucha mucho mejor en una canción. La vida es mejor en una canción.
            Discretamente la conclusión del álbum, entre “Every Tear Disappears” y “Severed Crossed Fingers”, hay estas discretas referencias hacia los melódicos inicios de Clark, especialmente Marry Me, con estos coros de grandes ecos y delays, aunque más recargado en los sintético. Ambas cierran, entre un contexto medio oscuro, con notas de esperanza y optimismo, muy sui generis, por supuesto. “Severed Crossed Fingers”, especialmente, la cual me parece que en esa canción, la señorita Annie le hace una reverencia al “Heroes” de David Bowie, funcionando como un espejo al después que le siguió a la canción de David. Como si Romeo y Julieta no se hubieran suicidado, hubieran vivido su amor y tras unos años hubieran terminado odiándose. No, no creo sea una interpretación tan descabellada. Ella ha declarado que una de sus más grandes influencias ha sido el camaleónico Bowie y la razón por la cual ella se cruzó hacia el lado güero del camino, fue en celebración al último lanzamiento discográfico de Bowie, The Next Day. Vaya a saberlo ella; posiblemente deforme el significado sólo por el bien de deformar. A final de cuentas, estas canciones ahora me pertenecen, son parte de mí y de todos nosotros, por lo que no hay mejor celebración hacia la obra de un artista, que hacer de ese mundo el propio.
            Finalizo mi verborrea con el álbum entero que algún buen samaritano subió a youtube, para goce y placer de sus sentidos y fantasías, y de las mías.
           

St. Vincent, St. Vincent (2014)


*El artículo de Bangs: Better Than the Beatles (and DNA too!)



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